Siempre se ha dicho que la célula de una sociedad lo constituyen las familias; familias que han tenido una estructura y una dinámica preestablecida, pero que a lo largo de los años y de las distintas generaciones han ido mutando. Esta mutación, ha obligado a replantear distintas variables que al haber sido inmutables a través de la historia, deben comenzar a ser visibilizadas para encontrar distintas políticas estatales que lleven a las familias a poder cumplir íntegramente con las necesidades básicas y, por qué no, aquellas que no son tan básicas también.
Esta mutación de la que hablamos, tiene que ver con la configuración de los integrantes del núcleo familiar, que ha pasado a ser, en un porcentaje muy grande, de familias biparentales a monoparentales, especialmente de jefas de hogar que llevan adelante la tarea de solventar los gastos de los integrantes, como así también del cuidado y la crianza de los hijos.
Hablamos de monoparentalidad cuando uno solo de los progenitores es el/la encargado/a del cuidado de los hijos y del sostenimiento de la economía del hogar. Este tipo de estructura familiar, muchas veces nos lleva a pensar en una mujer adolescente que tiene hijos menores a cargo y vive con sus padres. Pero hay que pensar también que la monoparentalidad, más allá de configurarse por realidades que han debido afrontar ciertas mujeres, -como por ejemplo, ruptura del vínculo conyugal, ausencia paterna, o viudez-, también está siendo una elección de vida, en donde la mujer es la que elije ser madre de manera unilateral. Es decir, es una forma de familia que atraviesa de manera transversal, todos los estratos sociales, niveles socio-económicos, niveles educativos y edades.
Además de aquellas en las que existe un único progenitor o progenitora, deben sumarse otras casuísticas en las que aun habiendo dos progenitores o progenitoras, la realidad evidencia situaciones claras de monoparentalidad y en las que se hace preciso un reconocimiento de la misma. Hablamos, entre otras, de parejas separadas o divorciadas con ingresos muy bajos, familias que sufren abandono de uno de los miembros adultos o aquellas en las que la mujer ha sido víctima de violencia.
Lo cierto es que la estructura familiar ha ido mutando de manera muy acelerada, pero las instituciones sociales de carácter Estatal, han quedado demasiado atrás para responder a las distintas necesidades que van surgiendo. Asimismo, al no estar resguardadas institucionalmente las familias en todas sus versiones, se vulneran derechos y se descuidan, a pesar de ser lo más importante que tenemos. Entonces el Estado y la sociedad miran de soslayo a esa mujer que “materna”, que cría a las futuras generaciones.
A todo esto, se suma el esfuerzo extra que trae aparejada la competitividad que existe para ingresar al mercado laboral o para crecer en él. Y en el caso de las madres que trabajan, muchas veces no pueden llegar a cumplir con las exigencias por más potencial y capacidades que tengan.
Creemos que es ahí donde se debería fortalecer la presencia del Estado a partir de la creación y la adecuación de políticas públicas para modificar esta situación. Como toda sociedad en evolución, necesitamos crear herramientas para acompañar la mutación de las familias y poder apuntalar, en este caso, a la madre jefa de hogar que lleva adelante a la familia monoparental.
La monoparentalidad es una cuestión femenina, es una problemática de género y es necesaria su visibilización, para que dicha modificación social de la estructura familiar, sea tomada por las instituciones públicas y que orienten sus políticas para dar acompañamiento y resolución a las múltiples problemáticas que surgen en consecuencia, como la falta de vivienda propia, el empleo informal y el hecho de no poder cubrir las necesidades básicas.